No entraré en detalles del cómo confirmé en carne propia lo que les voy a contar, pero si quiero que sepan que lo he experimentado y puedo dar fe de lo siguiente: Un amigo, una amiga, pero de esos que llamamos verdaderos, lo que más hace es “saber estar”.
¿Qué es saber estar? Uf, ¡muchas cosas! Pero de entre todas yo destaco el simple hecho de estar presente en los momentos en que esa persona, a la cual llamamos amigo o amiga, está con nosotros cuando no se lo pedimos pero que él o ella saben que deben acompañarnos.
Acá es importante mencionar que estar con alguien no implica necesariamente estar físicamente cerca, aunque se agradece, sino que el estar puede traducirse en una (o varias) llamadas, mensajes y compañía sin ningún objetivo más que sentar presencia.
En la vida de cada uno existen eventos que son significativos, algunos nos alegran y otros nos entristecen, y ambos, los buenos y los malos, son a veces tan importantes que deseamos que nuestros amigos estén ahí, ya sea para que sientan lo felices que somos o para que nos limpien las lágrimas…
Y acá vienen las claves del “saber estar”. Saber estar es darse cuenta que alguien necesita nuestra presencia. Saber estar es poner de lado nuestras propias alegrías e ir al encuentro del amigo que está triste para sentarse a su lado. Saber estar es poner de lado nuestras propias tristezas e ir al encuentro de la amiga que está alegre y sentarse a su lado.
Sí, basta y sobra “sentarse a su lado”; es más, muchas veces es preferible solo estar ahí, sin hablar, sin llorar; solo estar ahí, para que el amigo o amiga vea, sienta, sepa que hay alguien a su lado en ese momento que es tan significativo, alguien a su lado que no necesitó ser buscado, increíblemente estuvo cuando debió estar.
Y no, no hay eso de “tú sabes que si me necesitas me puedes llamar” o la típica de “tengo mis propios problemas como para ganarme los ajenos” o la peor de todas “he estado muy ocupado” … no, nada de eso es válido si realmente eres un amigo.
Un verdadero amigo va en busca del otro porque sabe que su presencia es importante, porque sabe que por ahí el otro no tenga ganas de decirle a nadie que lo acompañe pero que sí necesita compañía, porque sabe que un acontecimiento específico es un logro en la vida de su amigo y que, aunque no le dijo a nadie, ya sea por humildad o porque no tiene los recursos para festejar ese logro, si hubiera querido que esté su gente y festejar, aunque sea con un abrazo… aunque sea con solo sentarse a su lado.
El “saber estar” no espera invitaciones, pedidos ni ruegos; uno va y se sienta al lado del que es su amigo porque su amigo lo necesita, incluso cuando ese amigo ni siquiera sabe que lo necesita… y luego, créanme, ese su amigo pensará y les dirá: “Tú has estado siempre en mi vida, ni sé de cómo, en los buenos y malos momentos, definitivamente, ¡eres mi amigo!”.
Yo, yo tengo algunos pocos, bien poquitos, demasiado pocos, amigos y amigas… algunos me han hablado o mensajeado todos los días, con cualquier excusa, porque sabían que lo necesitaba; otros han venido a verme de lejos, a pasar el rato, a hablar de cosas que no eran importantes solo para que no esté solo; algunos no se han cansado de buscarme, aun cuando yo ni les he pedido pero que si lo he necesitado… y todos han oído mis penas y alegrías… y todos han sufrido o festejado un poquito conmigo.
A ellos, a ellas, solo decirles: “Gracias por saber estar”.