Hace años, sentado en un parque, rodeado de jóvenes, mujeres y hombres, les dije que nunca se dejen etiquetar… palabras como flojo, inútil, chismosa, tonta y parecidas, que fueron vertidas por sus propios padres, por sus maestros e incluso por sus amigos, solo eran palabras y que no los definían, que no los marcaban y que, en el peor de los casos, solo mostraban un pequeño rasgo en un momento diminuto de su existencia.
Les decía cosas como: No son flojos, por más que hubieran tenido flojera esa misma mañana. ¿Inútil vos? Posiblemente no seas bueno haciendo algo específico, te va mal la limpieza, la mecánica, la cocina, pero yo te he visto hacer maravillas. No eres chismosa, solo un poco comunicativa. ¿Tonta? Después de haber aprobado con honores la mayoría de tus materias y haber fallado en una, lo menos que eres es tonta… y así, iba arrancando esas etiquetas que los marcaron por, algunas veces, años a estas jóvenes personas con todo el mundo por delante…
Etiquetas, etiquetas… que daño hacen, ¿no? ¿Saben que es lo peor de las etiquetas? Que, no sé por qué, uno no puede arrancar sus propias etiquetas, debe venir alguien y arrancarla por ti. ¡En serio!
Creo que el mejor ejemplo de etiquetas y del proceso de quitarlas se ve en un pasaje bíblico en el evangelio de Juan donde una mujer es encontrada en adulterio, la llevan a Jesús y le dicen a Él que según la ley debe ser apedreada hasta morir… y Jesús, tranquilo, se pone a dibujar algo en la arena, como si no le importara lo que dicen los acusadores y dice: “Quién esté libre de pecado, que arroje la primera piedra”; luego, empezando por los más viejos, se van retirando. Al final, Jesús morándola, le pregunta: “Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?” Y, para finalizar, le dice: “Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más”.
¿Quién era esa mujer? ¿Qué se llamaba? ¿De qué vivía? ¿Era madre, abuela? ¿Era buena? No se sabe, solo se sabe que iba a morir por cometer adulterio… una etiqueta, solo una, y toda su vida iba a terminar sin que importe todo los demás.
Pero aparece alguien y arranca esa etiqueta, la arranca mostrando a los que la condenaban que todos, absolutamente todos, podemos ser etiquetados por nuestros errores, por nuestros pecados y, lo más importante, no importa quién seas, no importa que hayas hecho o dejado de hacer, siempre podrás ser etiquetado: Nadie está libre de pecado.
Pues, a mí me han etiquetado tantas veces y de tantas maneras que, pensándola, lo máximo que he podido hacer con las mismas es esperar que la gente, las personas que me veían a mi como esa etiqueta, vayan conociéndome y, al final, digan la frase que me caracteriza: “Chacón es gusto adquirido”. Aunque suena chistoso, es una frase un tanto triste porque, si la piensan, las etiquetas, mis etiquetas, me anteceden… y se necesita tiempo para que las personas vean cosas buenas en mí y digan, entre ellos, cuando no estoy, algo como: “Es buen tipo, de verdad que lo es… Chacón, es gusto adquirido”. Y cuando lo dicen, en ese momento, sé que han arrancado las etiquetas con las que me nombran y han visto a la persona detrás de todas esas etiquetas, con sus errores y fallas, y se han dado cuenta que, al final, tengo algunas cosas buenas que los llenan de alguna forma y se sienten felices a mi lado.
La realidad es que las etiquetas, tus etiquetas, siempre van a existir… a algunos los, nos, etiquetarán como miedosos, renegones, borrachos, infieles, ladrones, corruptos… y marcarán nuestra vida de tal forma que cuando hagamos algo que está cercano a nuestra etiqueta, las personas verán la etiqueta, no nos verán a nosotros. ¿Me explico? Imagínate a alguien etiquetado como borracho, en una fiesta, baila y baila, no ha tomado ni una gota de alcohol, hace años que no prueba alcohol, sigue bailando y riendo, te la seguridad que la mitad de la fiesta, los que no están con él, pensarán que está borracho… así de poderosas son las etiquetas, así de destructivas.
¿Qué hacer? La verdad hoy no sé qué decirte para que te quites esa etiqueta, no es un buen momento para darte consejos de quitar tus propias etiquetas porque sé que ahora mis etiquetas me preceden…
Pero si puedo decirte dos cosas:
- Tú no etiquetes a las personas, menos a los que amas, pues esas etiquetas son más poderosas.
- Tu no creas en las etiquetas, nunca veas a las personas por cómo te han dicho que son, sino por cómo las percibes vos, por cómo las sientes.
Y el momento que hagas lo anterior, cualquiera de esas dos cosas, te habrás convertido en alguien que arranca etiquetas… y alguien que arranca etiquetas arregla de alguna manera la vida de los demás.
Pero, posiblemente más importante, el momento que hagas cualquiera de esas dos cosas, podrás dar el siguiente paso y decir: “Avancemos, yo te conozco y sé que esa etiqueta puede ser arrancada”.