Llegamos a inmediaciones del estadio, estacionamos y caminamos dos cuadras, considerando que era un partido de la Copa Libertadores, dos cuadras estaba muy bien.
La Policía había dispuesto tres anillos de seguridad donde pedían entradas y revisaban todo buscando algo ilegal o peligroso. Como las puertas se abrieron temprano, no hubo aglomeraciones, todo estuvo despejado, seguro y tranquilo.
Al día siguiente, al ver las redes sociales, leí muchos comentarios negativos de personas que claramente no les gusta el fútbol. Desde catalogar a todos los hinchas de maleantes, hasta insultar a la Policía por haber cerrado las inmediaciones del estadio… y todo por un partido que, según ellos, no debería ni existir.
Cuando me disponía a responder recordé, así de repente, que yo también renegaba los domingos cuando me topaba con gente que había tenido el atrevimiento de cerrar la ciudad porque se les había ocurrido correr. ¡No pues! ¿Por qué no corren en otro lado?
Luego recordé como algunas noches vi unos locos que salen en sus bicicletas e interrumpen el tráfico nocturno. ¿No tienen nada mejor que hacer? ¡Por Dios!
Y finalmente caí en cuenta que algo similar pasa con el ahora tan famoso Corso de Corsos donde algunos cochabambinos, unos cuantos miles, aman bailar y lo quieren hacer por las calles de su ciudad en día sábado.
Ahí me di cuenta que así como muchos reniegan por el fútbol que es mi pasión, yo reniego por la pasión que tienen otros… y creo que así no debe funcionar el mundo, creo que todos deberíamos aprender a respetar lo que aman los demás y darles el espacio, tiempo y seguridad para que lo hagan.
Por eso, desde hoy, la vez que vea un grupo de personas haciendo lo que aman… y sienta que me están interrumpiendo, sacudiré mi falta de empatía y los aplaudiré… porque, pues, el mundo es más lindo cuando la gente vive su pasión.